viernes, 13 de febrero de 2015

14 de febrero, día de San Valentín. ¿Y bien?


Me gustaría compartir con vosotros una reflexión acerca de esta fecha, empezando por saber desde cuándo se celebra y por qué.  Además quisiera comentar brevemente las fórmulas de la sociedad de consumo, que nos intentan persuadir de que el amor se demuestra pasando por caja, para terminar centrándome en un análisis personal sobre el enamoramiento y el amor.






¿Quién fue San Valentín?


 Valentín fue un sacerdote romano del siglo III d.C.,  época del emperador Claudio II. Este lanzó un decreto prohibiendo el matrimonio a todos los soldados, pensaba que de esta forma su rendimiento en las batallas sería más alto, al no tener cargas familiares. A Valentín este decreto le parecía injusto y por ello continuaba celebrando matrimonios en secreto entre los jóvenes. El emperador se enteró  y lo mandó encarcelar. El 14 de febrero del año 270 fue ejecutado, no sin antes haber devuelto la vista a la hija del carcelero, ciega de nacimiento, de quien se dice que estuvo enamorado.  Él le dejó una carta escrita antes de morir y ella plantó un almendro junto a su tumba como símbolo de agradecimiento. Desde entonces este árbol representa el amor y la amistad duraderos. Dos siglos después el  Papa Gelasio estableció el 14 de febrero como día dedicado al santo.
¿Desde cuándo se comercializa el día de los enamorados?


Contrariamente a lo que muchos puedan pensar, desde hace mucho. Ya a mediados del siglo XIX hay constancia de la venta de unas tarjetas confeccionadas expresamente para la ocasión y puestas a la venta en una librería de Massachusetts.  Los comercios encontraron un filón con esta celebración, con el paso de los años la costumbre de regalar se ha extendido a prácticamente todo el mundo occidental e incluso a algunos países asiáticos como Japón, donde es casi de obligado cumplimiento obsequiarse con  chocolate y bombones.


A España la comercialización del día de los enamorados llegó en 1948 de la mano del  fundador de Galerías Preciados, José “Pepín” Fernández.


¡A consumir!


Si de consumir se trata la oferta no puede ser más amplia, ya no sólo basta con regalar flores, bombones, lencería o perfumes. A esto hay que sumar cenas románticas en restaurantes que hábilmente suben los precios al etiquetar al menú con un “especial  San Valentín”; escapadas para enamorados a la montaña, a la nieve, a París, Venecia, Roma… Sesiones de spa y masajes… Este año el más poderoso  reclamo publicitario es el estreno de la adaptación del libro “Cincuenta sombras de Grey” en la gran pantalla. Todo apunta a que la película generará beneficios impresionantes. O las pizzas en forma de corazón que una conocida cadena se ha empeñado en meternos por los ojos desde todos los canales televisivos, para aquellos con bajo presupuesto.


Quienes reivindican el espíritu alternativo también disponen de oferta, nadie escapa a los tentáculos de la sociedad de consumo  y por ello se programan actividades para los amantes de la adrenalina, como  puenting o salto en paracaídas; para los amantes de la cultura, turismo urbano; para los solteros, día de compras.


¡Alto! ¿Pero qué es estar enamorado?


Centrémonos un poco y olvidémonos de los “días de” y de las tarjetas de crédito. Vamos a parar un momento y aislarnos del marketing del amor. Ahora miremos hacia adentro y preguntémonos si estamos enamorados o lo hemos estado alguna vez.


A mi entender el enamoramiento tan sólo es la primera fase del amor. Me gusta describirlo como una etapa de enajenación mental transitoria, en la que nuestro único objetivo es estar el mayor tiempo posible con esa persona que nos ha vuelto del revés como un calcetín. Todo lo demás es secundario. Vivimos pendientes del móvil, queremos dar nuestra mejor imagen, por dentro y por fuera, nos movemos en un estado de euforia y excitación constante, con la sensualidad derramada en la piel y el deseo sexual encendido. Cuando se acerca el momento del encuentro sentimos espasmos en el estómago, nos tiemblan las piernas y somos incapaces de pronunciar una frase completa. Durante el mismo, una burbuja de cristal nos envuelve, el tiempo se detiene, al contrario que nuestro corazón, que se dispara en latidos, y nuestro erotizado cuerpo al fin estalla de placer tras fusionarse con el del ser amado. Todo es tan maravilloso, tan ideal que creemos haber tocado el techo de la felicidad. Tras la separación, el vacío. Llega la tristeza, la melancolía y el ansia por que se produzca una nueva cita. Y vuelta a empezar.


 ¡Menos mal que este estado es pasajero! Si bien la experiencia nos aporta alegría, optimismo, vitalidad y la recordamos como algo muy bonito, no hay cuerpo que resista ese oleaje emocional durante mucho tiempo. Esto partiendo de la base de que seamos correspondidos. De no ser así, la vivencia se convierte en una tortura, nos sentimos frustrados y la autoestima baja unos cuantos peldaños. Aún así, hay algo que nos atrapa en ese sufrimiento y en el fondo, vaya usted a saber por qué mecanismo masoquista, nos gusta regodearnos en el llanto y encontramos placentera esta sensación, que avivamos continuamente escuchando baladas románticas, escribiendo poesía o viendo películas de relaciones imposibles, al más puro estilo adolescente.


¿Y  entonces en qué consiste el amor?


Sergio Sinay, en su libro El buen amor (RBA Integral, Barcelona, 2006), nos ofrece esta reflexión: “ No empiezo enamorándome de la persona a la que amo. Termino enamorado de ella al cabo de un proceso en el que nos hemos visto como distintos, he conocido y he sido conocido, he aceptado y he sido aceptado. Para cumplir la parábola que me lleva del enamoramiento o  de la pasión al amor, necesito tiempo. Este trayecto se cumplirá en la medida en que ambos permanezcamos allí para transitarlo”


Y esta es la clave, se necesita tiempo para conocerse y aceptarse mutuamente. Pero además hay que añadir un segundo elemento: voluntad .El amor es una decisión, y una decisión que nace de la libre elección. Escojo a esta persona y me comprometo  a amarla y cuidar mi relación cada día. Puede que tengamos muchos puntos en común o puede que seamos radicalmente diferentes, pero ahí está la magia, en emprender la apasionante tarea de conocer al otro y conocerse a sí mismo en ese proceso, de aceptarse cada cual como es en lugar de esperar transformaciones que jamás se van a producir.


Si me convierto en sujeto activo del amor la relación fluirá de una manera más saludable, puesto que decido amarte me interesaré por tus cosas, propiciaré el diálogo contigo, querré conocer nuevos aspectos de ti cada día, procuraré que las diferencias nos complementen y nos sirvan para aceptarnos y respetarnos. Seré honesta con mis sentimientos y así te lo transmitiré, viviré el presente y dejaré que todo fluya. Y por supuesto, antes que nada me querré a mí misma.


Erich Fromm lo explica magistralmente en su obra El arte de amar, que recomiendo a quienes no la hayáis leído. En la era de materialismo fagocitante en que nos hallamos conviene separar lo superficial de lo que no lo es. Quizás así le demos otro sentido al instante de entregar una rosa tal día como hoy al ser amado o encender unas velas antes de cenar. Todo es cuestión de prioridades.

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