“Nulla
dies sine linea”, ningún día sin una línea. (Plinio el Viejo, escritor,
científico, naturalista y militar romano, 23-79 d.C.)
Ayer
leí esta frase revisando la biografía de uno de los autores que estoy leyendo,
como consejo a escritores noveles. Y claro, yo que pretendo desvirgarme
literariamente hablando, recibí este mensaje como un toque de atención. Llevo varios días sin publicar, atribuyendo
el hecho a circunstancias externas y la consiguiente falta de tiempo. Si soy
sincera conmigo misma, he de confesar que la falta de disciplina es la causante
de este silencio creativo. La falta de disciplina… y el miedo a la página en
blanco. Un clásico, sí.
Sentarse
frente al ordenador, abrir un nuevo documento Word y contemplar ese espacio
vacío, blanco, retador y seductor al mismo tiempo, me provoca un cierto
desasosiego. Una cuando escribe se enfrenta a sus monstruos internos, a lo inexplorado del ser. Y llega el bloqueo y los mensajes
autodestructivos, que si no tengo nada que decir, a nadie le interesará, no
sabré hacerlo bien… Vampiros que succionan el impulso creador.
Pero al
mismo tiempo la página en blanco me atrapa como un canto de sirena y me conecta
con mi esencia, invitándome a danzar con ella a modo de catarsis. Y sin darme
cuenta voy entrando en ese círculo mágico, donde todo fluye y todo es posible,
y siento que justo ahí es donde quiero estar, enredada en palabras y sueños.
Qué
loco esto de escribir, ¿no?